Empieza el lunes con paz y armonía

Esta columna de Itxu Díaz fue publicada originalmente en Neupic el  13 de octubre de 2014. Ilustración: Íñigo Navarro.

Es lunes. No sé quién coño manda en el mundo, pero es lunes, y estoy seguro de que sigue en su puesto como si nada. Debería dimitir, debería dimitir todo el planeta ya de una maldita vez. Es lunes. Es de noche aún. Hay un atasco horrible en la calle. Me duele la cabeza. Tengo una resaca que podría escandalizar a Winston Churchill. Y todo apunta a que será lunes todo el día. Voy a pedir la hoja de reclamaciones al idiota que me vendió el calendario. Le pedí que tuviera muchos sábados y me dijo que tenía un montón. Le pregunté por los lunes y me aseguró que los había quitado casi todos, que a lo mejor se le había escapado alguno. Y ahora me encuentro con esto. Un lunes como una catedral y no han pasado ni siquiera diez días desde el último. Ese tipo de la papelería es un farsante y un canalla.

Lunes. Las calles sin poner. Yo despeinado, aún sin afeitar, envuelto en un albornoz blanco, y fumando en la ventana a la luz de la luna. Que está ahí, todavía. Como todos los lunes por la mañana cuando suena ese detestable cacharro a las seis en punto. Es increíble lo fácil que se te rompe la pantalla del iPad sin querer, y lo complicado quees destrozar el despertador queriendo. Esta mañana le he lanzado el iPad y nada. Estos de Apple no tienen ni idea de construir armas.

Me pongo de un humor estupendo al entrar en las redes sociales. “¡Vamos! Será el mejor lunes de tu vida”. “¡Feliz lunes a todos! ¡Muac!”. “Mira el lado positivo de las cosas: quedan menos días para el viernes”. “A mal lunes, buena cara”. “Ponle amor a la receta y cocinarás un lunes delicioso”. ¿Qué os pasa de repente? ¡Eh! Que es lunes. Es una basura. Está lloviendo. Hay que ir a trabajar. Y todo el universo ha decidido hacerlo en coche, por el mismo sitio, y a la misma hora. ¿Por qué iba a ser éste el mejor lunes de mi vida si no es el último?

Tendré que arrastrarme a la cocina. Llego tarde y aún me falta derramar todos los granitos de café por el suelo, quemarme los dedos con la tostadora, y hacer el zumo de naranja olvidando poner el vaso bajo el exprimidor. Después los vecinos colapsarán el ascensor y en el descansillo ni siquiera habrá wifi para quejarme en Twitter. Y el coche estará en la reserva. No en la de los indios sino en la de combustible. Todos los lunes se enciende el pilotito y empiezo a pensar que cada sábado alguien viene a sorberme el combustible con una pajita. El sábado que viene meteré gasolina en el depósito. Ese ratero se va a enterar.

Es lunes. No sé si lo he dicho ya. Noto cada uno de los cubatas del fin de semana palpitando en el cerebro. Tengo un orzuelo, se me ha acabado el gel de ducha, me pica muchísimo aquí y no me llego, y la puerta está llena de notitas amarillas con asuntos urgentes. Y no encuentro dos puñeteros calcetines del mismo color. ¿Ustedes se hacen cargo de la magnitud de la tragedia?

No entiendo por qué los humanos no hibernamos como hacen los murciélagos. Que hace frío, mi cama me echa de menos, y tengo más sueño que un lector de Alejandro Jodorowsky. De acuerdo, no sé si los murciélagos hibernan, pero si no lo hacen, deberían hacerlo. Los murciélagos deberían hibernar todo el otoño, y después, el resto del año. Y si no, lanzarse al fuego, o tirarse al mar. Me dan muchísima grima. Pero sé que los mapaches, por ejemplo, están durante meses hibernando. Hacen bien. Es razonable pasarse en cama hasta que vuelva a salir el sol, las calles se llenen otra vez de terrazas, e incluso los lunes amanezcan brillantes y con chicas guapas pasando bajo la ventana.

Me dormiré hoy trabajando si no consigo encestar los granitos de café en el molinillo. Y no me veo capacitado para hacer algo así sin tomar un café antes. Es el bucle de la muerte. El equivalente en mi cuerpo a un “error fatal” de Windows. El calendario confirma las sospechas. Es lunes 13 de octubre. Genial. Son las 6:05. Albricias, qué felicidad más grande llena mi corazón de gozo. Creo que voy a celebrarlo saliendo de casa por la ventana, con dos calcetines de diferentes colores, varias capas de calzoncillos, y un cinturón de explosivos con una pila que ponga “¡mira el lado positivo!”.