En caso de emergencia

Viajo mucho en tren. Y lo llevo fatal. Porque no me gusta tener que ceñirme a lo que mandan las vías. En la vida como en la vía, prefiero trazar mi propio camino. Quizá por eso no soy maquinista. No lo comprendo, pero el gremio de los conductores de tren se muestra implacable con estos anhelos de libertad al volante que algunos llevamos dentro. Y el gremio de los pasajeros, más implacable aún.

Este artículo de Itxu Díaz forma parte de la antología ‘El siglo no ha empezado aún. Crónicas de un periodista en búsqueda activa de descanso’. A la venta en nuestra tienda. Ilustración: Íñigo Navarro.

Como no me dejan conducir el tren, me entretengo leyendo los paneles fluorescentes con indicaciones con lo que debemos hacer en caso de emergencia. Supongo que nunca te has parado a leerlos. E imagino que el tipo que ha escrito esas instrucciones lo que realmente quiere es acabar con todo el pasaje. Sólo así se puede explicar que el primer consejo de todos sea “en caso de emergencia, mantenga la calma”. No es exclusiva del tren. Lo verás también en los hoteles y en los barcos. Nadie en su sano juicio mantiene la calma en caso de emergencia. Precisamente, si te queda alguna posibilidad de salir con vida en una de estas tragedias es perdiendo la calma inmediatamente, corriendo como un loco, golpeando todas las puertas, y pegando enormes gritos.

En cambio, me parece muy útil el segundo consejo: “no toque ni manipule los cables que cuelgan del techo”. Esto sí que es importante. Como es sabido, cuando el tren descarrila y da varias vueltas de campana, la mayor parte de los humanos lo que hacemos es ponernos a tocar y manipular los cables que cuelgan del techo del tren. Yo en realidad voy más lejos, porque acostumbro a mordisquearlos al tiempo que meto los dedos en un vaso de agua. Me gustan las chispas y los pelos de punta.

“Procure no pisar a los demás”, prosiguen estas geniales recomendaciones. Y me gusta el consejo, porque resulta útil tanto en caso de emergencia como cuando no hay emergencia alguna. Hay gente que no lo sabe, pero pisar a los demás no está bien. Y es muy peligroso. Yo, por ejemplo, no puedo contenerme. Cada vez que alguien me pisa, le arranco la cabeza de un bofetón.

Y en cuanto al humo, el gran consejo que ofrecen las autoridades en los paneles de emergencias es no respirarlo. Sublime. Magno. Preciso. Lo bueno que tiene la inteligencia es que abruma. No respirarlo. No se me ocurre nada más genial. En realidad, la mejor forma de esquivar la muerte en caso de incendio en el tren es no quemándose. De la misma manera que la única posibilidad de salir con vida en un accidente marítimo es no ahogándose. Lo que me lleva a pensar que la mejor defensa contra cualquier tragedia es el sentido común. Aunque esto en el campo de la política no funciona. Sea como sea, para no respirar el humo, el redactor de estas sabias instrucciones, recomienda ponerse un pañuelo húmedo en la boca. Difilísima pretensión. Para empezar hay que tener un pañuelo de tela, cosa que ya no se lleva. Por otra parte, hay que tener acceso a un grifo para poder humedecerlo. Y finalmente hay que tener boca. Lo veo muy complicado. Y además, el que tiene boca se equivoca, y esto dificulta enormemente las cosas.

De estos planes de emergencia, me fascina el mapa de huida. El famoso mapa. Ese que muestra el recorrido que hay que seguir para abandonar el tren o el hotel en caso de emergencia. Lleno de líneas gruesas y delgadas de todos los colores. Ese mapa con un gran punto rojo, “usted está aquí”, que siempre me pregunto cómo puede saber el autor del mapa dónde coño estoy si no lo sé ni yo. Quizá debería contactar con este tipo. Tal vez pueda ayudarme a encontrar el abridor de cervezas. Que eso sí que es una emergencia y a nadie se la ha ocurrido trazar un plan para solventarlo.

Con todo, la joya de la corona son las instrucciones del extintor. He visto mesillas de noche de Ikea más fáciles de armar que estos malditos aparatos. Es más práctico tratar de apagar las llamas golpeándolas con el extintor, que intentar entender el mecanismo de ese trasto: “quite la anilla de plástico, retire el precinto metálico, gire el extintor sobre su eje, asegúrese de que ha quitado la anilla, asegúrese de que ha girado el extintor sobre su eje, asegúrese de que es un incendio y no un tipo fumándose un puro, retuerza la pestaña de preactivación (B), presione el botón de seguridad (F), tire de la palanca del pulverizador (D) hacia el Norte (C) mientras arrastra la base (A) hacia las tres de la tarde (E) ejerciendo presión (G) sobre la palanca (H) de activación (I) de la trompa (K) de aspersión (J)”. El sujeto que ha escrito todo esto no ha estado en un incendio en su vida. Lo normal es que antes de llegar a lo de la trompa de aspersión (J) ya estés completamente calcinado (Z).

Comprendo la situación. Pero pasa de las instrucciones. Ni caso. En caso de emergencia, siempre puedes hacer pis por la borda.