Diario Coronavírico: DIA 1, me quedo en casa

En el supermercado de mi barrio, la última compra. Está atestado de gente y con los estantes vacíos. Diviso en la balda el último frasco de mermelada de albaricoque La Vieja Fábrica, la mía. Doy una larga zancada y me hago con él, pero al mismo tiempo una bella señorita, que venía volando sin tocar suelo, hace lo propio y clava sus uñas rojo pasión en la otra mitad del tarro. Nos miramos con esa mirada que solo intercambian dos personas que se han conocido colgándose del mismo bote de mermelada La Vieja Fábrica. Doy un paso atrás y enseño las manos abiertas, como Sergio Ramos cuando acaba de hacer un penalti como una catedral:

– Disculpe, señorita. Es todo suyo, todo suyo.

Ella me mira con sus ojos verdes y sus escasos treinta años llenos de alegrías. Yo la miro con mis ojos rojos y vidriosos de hipocondríaco e insomne. Duda un instante. Da un paso atrás:

– Disculpe caballero, usted lo ha cogido antes. Es todo suyo.

– De ninguna manera, señorita –interrumpo-. Yo venía en dirección contraria desde el pasillo de las lejías. Mi adquisición ha sido ilegal. Es de justicia: es suyo.

– No se preocupe, señor –insiste con un ademán de sonrisa-, yo puedo desayunar tostadas con aceite y tomate, que también me gustan.

Entonces, respiro profundamente, cojo el bote de mermelada con solemnidad, y me lo llevo al pecho, mirando fijamente a la joven, que se alza sobre dos inmensos tacones:

– Señorita, España es una gran nación. Tome el bote de mermelada de albaricoque. Usted lo necesita. Lléveselo y cuéntele a sus hijos que hoy se ha cruzado con un compatriota. Hoy por mí, mañana por usted, buena mujer –se lo entrego-. Fuerza y honor.

Ella entonces ha cogido el bote de mermelada de albaricoque La Vieja Fábrica, lo ha besado, y se ha echado a llorar. Todo el súper ha comenzado a aplaudir.



Tras dejarlo en su cesta, la chica ha intentado darme un abrazo. Yo he respondido veloz echando atrás el cuerpo en postura Matrix y con una tentativa de choque de pies, sin contar con que en ese momento estaba pasando por delante el vecino del 9º A, que además me odia. Le he dado con la puntera en toda la espinilla. El grito se ha oído hasta en la zona de tiritas.

El vecino cabrón, que lleva en las manos una piña, me la ha lanzado a la cabeza sin mediar virus. Yo me he agachado y la piña ha ido a parar a los riñones del frutero, que con la misma ha soltado un exabrupto, y ha lanzado una ráfaga de fresas, una de las cuales ha ido a parar a la boca de la señorita del bote de mermelada de albaricoque, en una canasta limpia pero imprudente, que no aprobaría bajo ningún concepto el señor Simón.

Mientras se desata la batalla campal en la zona de hortalizas, salgo reptando del supermercado. Observo que la gente necesita expulsar adrenalina. Por mi parte, al llegar a casa me he duchado en gel desinfectante. Lo he fabricado siguiendo los consejos de un youtuber y está muy bien, porque además de desinfectar, me pone la piel roja como el culo de un mandril, lo que ha hecho correr la especie en el vecindario de que tengo una variedad cutánea del coronavirus, de modo que nadie viene a pedirme harina a las tres de la madrugada.

Ya en casa -siete cerrojos y mina antipersona bajo el felpudo-, guardo mi compra en la despensa y cambio la basura. Como medida de precaución, desde anoche la tiro al patio de luces para evitar bajar a la calle, siguiendo las ordenanzas municipales leídas en diagonal. En cuanto al basurero que se está formando en el patio, hay que arrimar el hombro de una vez: ¡planta de reciclaje en el salón del gordo del 1ºA ya!

Para mi desgracia, en el supermercado solo quedaban bolsas de basura perfumadas a la primavera glacial. Al abrir una de ellas, el vaho glacial me ha penetrado por las fosas nasales saltando todos mis controles fronterizos contra el virus, me ha hecho llorar los ojos, y he pegado un inmenso estornudo que probablemente ha desviado la trayectoria de la tierra en un par de centímetros. Al instante, ha saltado como un resorte el entrenador de gimnasio que vive en el piso de arriba:

– ¡ESA CARA INTERIOR DEL CODO, DÍAZ!

¿Cómo sabe ese psicópata que no me ha dado tiempo a estornudar como manda la OMS? ¡Qué estrés!

Son días raros. Como no tengo nada que hacer, desde que comenzó mi encierro dedico más tiempo a cocinar. Hoy, por ejemplo, he abierto la caja de pizza congelada con los brazos atados a la espalda. Dos horitas, me ha llevado cocinar.

A veces, entre la soledad y el silencio, me pregunto cómo le irá a la moza de la mermelada de albaricoque. Seguro que se la está comiendo ahora y eso evitará su muerte por inanición. Me siento un buen ciudadano. Y a propósito, precisamente por ser buen ciudadano, tengo seiscientos rollos de papel higiénico en un armario, ahí muertos de risa. Si me pasáis vuestra receta secreta de Arguiñano de guiso de papel higiénico, os lo agradezco muchísimo.

En medio de la crisis del coronavirus Itxu Díaz ofrece en abierto este Diario Coronavírico repleto de humor y crónicas de actualidad.