Diario Coronavírico: DÍA 4, la limpieza absoluta y el Yeti no existen

He resistido la tentación de sacar a pasear por el barrio al ratón del ordenador. Y eso que por la ventana he visto al abogado de la esquina paseando una correa sin perro. No tengo muy claro si se trata de un despiste o que se estaba sacando a hacer pis a sí mismo. He llamado al teléfono de emergencias de la protectora de animales para decirles que se les ha escapado un dueño. Su respuesta ha sido “pues llame a la Patrulla Canina”. Y ha colgado sin ni siquiera un ladrido de despedida. Alguna gente pierde los papeles en situaciones límite.

Mi principal preocupación estos días es la limpieza de partes de la casa que no sabía que existían. Esta mañana he descubierto en el cuarto de invitados un armario empotrado, que ha debido empotrarse de madrugada por andar por casa a oscuras, porque juro que ayer no estaba. Al abrirlo, el golpe de vapor añejo, cosecha del 66, ha hecho que se me caigan las cejas. Una rigurosa inspección visual me ha enfrentado a una terrible realidad: no hay nada dentro que a priori pueda oler tan mal –ni siquiera el puñado de cartas de la ex novia del anterior inquilino- y soy incapaz de identificar el olor (oportunidad de oro para emprendedores: necesitamos un Shazam olfativo para cuando se te cae una uva y rueda hasta algún lugar inaccesible de los bajos de tu cocina). Como primera medida de higiene y control de plagas, he procedido a cerrar las puertas del armario, con lo que, si bien no he solucionado el problema, al menos lo he aplazado. Y aquí quería llegar.



La limpieza responde a la mecánica del Tetris. No puedes limpiarlo todo a todas horas, por lo que tienes que asumir un porcentaje de mugre en casa. Y si vives en manada, negociarlo. En general, el porcentaje de mugre tolerable para las mujeres es del 3%, mientras que el de los hombres es del 98%. La mayor parte de los tíos, tras una larga e intensa reunión para decidir este particular con sus chicas, terminan muy contentos tras haber alcanzado un punto intermedio entre ambas posturas: es decir, que el porcentaje de mugre tolerable sea del 4% y no se hable más. El «4% y no se hable más» es una medida científica, incluso aceptada por los expertos de la NASA cuando no les queda más remedio.

En todo caso, una vez que sabes que la casa no puede estar 100% limpia, porque la limpieza absoluta no existe, lo que la mayoría de la gente hace es limpiar rutinariamente. No sé, por ejemplo, conozco a vecinos psicópatas que lavan las cortinas de las habitaciones pares los años bisiestos, al tiempo que pasan la aspiradora con una frecuencia de 3 veces cada 48 horas y lo anotan en una hoja de Excell que, a su vez, está conectada a su marcapasos, de tal modo que si en su ausencia algún miembro de la familia incumple dicha frecuencia, el trasto se detiene, provocándole un infarto.

Luego están los que no limpian nunca, que tienen la ventaja de estar inmunizados contra el coronavirus y contra cualquier cosa, siempre y cuando estén vivos.

Y finalmente estamos nosotros, los normales. Mi norma para la limpieza es que el que no llora, no mama. Por tanto, todo lo que no protesta, no lo limpio. Mi experiencia es que cuando algo está realmente muy sucio, chilla. Ahí tienes a los cerdos, por ejemplo.

Sin perjuicio de lo anterior, estos días me está dando por limpiarlo todo, no sé si por aburrimiento o por la histeria sanitaria, que he llegado a tal extremo que cada vez que junto mis propias manos, salgo corriendo a lavármelas. Incluso me estoy poniendo a limpiar cosas que, objetivamente, no sé limpiar, como la plancha. La he tenido dos horas sumergida en agua tibia y ha salido reluciente pero ahora, inexplicablemente, no funciona. He llamado al servicio técnico.

– Buenos días, mi plancha no funciona.
– Buenos días. Dígame, ¿está usted cerca de su plancha?
– Lo estoy. La tengo aquí, saluda, Phillips, bonita.
– ¿Su plancha es Phillips?
– Sí.
– ¡Pero está usted llamando a Fujitsu!
– Lo sé, pero es que la mía es muy callada.

Y ha colgado. Vaya día. Qué mala sangre se hace la gente por nada. Luego saldrán a aplaudir a la ventanita, haciéndose los solidarios, los muy cabrones.

Pero perdidos, al río. He vuelto a sumergir la plancha en agua por si acaso. Sigue sin funcionar. Así que la acabo de meter en eBay a subasta como alcachofa de ducha de autor. Precio de salida, 6000 pavos. Ya hay un idiota ofreciendo 6100. Mañana mismo sumerjo en la bañera la batidora, la radio y el microondas. Encerrado sí, pero limpio y emprendedor.



En medio de la crisis del coronavirus Itxu Díaz ofrece en abierto este Diario Coronavírico repleto de humor y crónicas de actualidad.