Aniversario del 24/07/13. ‘El último viaje del Alvia 04155’

En este primer aniversario de la tragedia ferroviaria de Santiago, rescato mi columna de hace un año, en recuerdo y homenaje.

Gracias a Dios. No puedo comenzar este artículo de otra manera. Llevo los últimos doce meses cogiendo este tren casi todas las semanas. Dos veces por semana. Allí he leído algo, he escrito mucho, he contemplado horas y horas de paisaje y he hecho algunos amigos. Más de uno me ha sorprendido enviando mensajes de Twitter en esos larguísimos trayectos y me ha encontrado en algún vagón del tren, y al final descubres que entre la vida y la Red no hay nada. Los trenes siguen teniendo esa extraña familiaridad, que acabas conociendo las caras de gente a la que no conoces, y terminas saludándolos cada viernes a la ida y cada domingo a la vuelta.

Doy gracias a Dios –decía- porque estoy pasando unos días en La Coruña y tenía una cita en Madrid este lunes de obligada asistencia. Así que pensé que era buena idea viajar el lunes en tren a la capital y volver hoy en el Alvia de la hora de comer. Pero por cosas que sólo Dios sabe, decidí hacer una excepción esta semana, creo que por primera vez en todo el año: ir y volver en coche. Al fin y al cabo, era un viaje relámpago y me gusta conducir. Paso del tren. Y pasé del tren. De este tren. Del Alvia 04155.

Son dos las máquinas que me han transportado decenas de veces este año entre Galicia y Madrid. El Alvia 04175 y el Alvia 04155. No sé por qué los guardo. Pero tengo en las manos el billete del pasado jueves 13 de junio, el último día que me tocó el mismo Alvia que hoy ha descarrilado dejando –a esta hora- más de 40 muertos y decenas de heridos. En estos momentos me resulta imposible saber si alguno de esos amigos anónimos con los que comentaba las aventuras de cada semana se ha dejado la vida en la curva de A Grandeira. Me gustaría pensar que no. Pero posiblemente sí. Por ellos y por los demás lanzo una oración y os la pido a vosotros también. Por ella, que estaba siempre, hablando con su novio de Santiago. Por el empresario con familia en La Coruña y trabajo en Madrid en una conocida consultora, que se acababa de pasar al tren, harto de los aviones. Y por una abuela encantadora a la que esos ángeles vestidos de naranja llevaban hasta su sitio en el tren, en la estación de Chamartín, cada mes un par de veces. Y así, otros tantos rostros que se me amontan. Y que no quiero pensar, ni saber…

Es inevitable que me vengan a la cabeza los recuerdos de los últimos meses. Cuando cada vez más pasajeros habituales de avión, se pasaron a este Alvia, que estaba logrando dejar Madrid a una distancia horaria razonablemente asumible, sobre todo si consideramos el elevado coste del avión. Paso muchas horas en la cafetería para amenizar cada viaje. Es inevitable allí escuchar las conversaciones entre los camareros. De un tiempo a esta parte se habían incrementado las críticas del personal de Renfe y de los propios pasajeros por los fallos típicos de un tren gigante que desde la pasada primavera va siempre lleno hasta la bandera. En este, el de las tres, era prácticamente imposible conseguir cambiarse de asiento, porque casi nunca había sitios libres. Por eso algunos aplaudimos con entusiasmo la decisión de poner otro tren más, a las ocho y media de la mañana, cubriendo esa misma línea. Lo cogí un par de veces en junio. Era el Alvia 04084. Supongo que se trata de una mera cuestión estadística. Si viajas todas las semanas, ves más incidencias. Pero es inevitable –insisto- que me venga ahora a la cabeza que el primer viaje en este Alvia lo hice en torno al mes de noviembre, y la mitad del trayecto fuimos a oscuras y sin aire acondicionado por un problema eléctrico. Igual que tampoco puedo pasar por alto el comentario de una camarera morena, muy agradable, de unos 40 años. Fue en uno de los últimos viajes, hace un par de semanas. Llevábamos, a mitad de camino, un retraso de 40 minutos. Un pasajero se acercó al bar para preguntarle por la hora prevista de llegada a La Coruña, teniendo en cuenta el retraso. Ésta respondió que una vez en Galicia, sobre la vía del AVE, el Alvia “suele acelerar y casi siempre comerle algo de tiempo al retraso”. Recuerdos que me hielan la sangre al escuchar ahora los testimonios de los viajeros, que tenían la sensación esta noche de que entraban en la curva a demasiada velocidad.

Es inevitable también preguntarse si es buena idea –entiéndaseme- que Renfe me devuelva parte del importe del billete cuando hay retraso. Yo mismo he reclamado varias veces este año.

Un accidente es un accidente y no tengo la menor intención de exigir hoy responsabilidades. En todo este tiempo el comportamiento de los trabajadores de Renfe ha sido ejemplar y el trato exquisito, incluso en las peores condiciones. No es día de juzgar, ni tampoco mi trabajo. La investigación dará las claves de lo ocurrido, tan pronto como aparezca el ‘teloc’, la caja negra que registra las velocidades del tren.

Es día de enviar un gran abrazo a todas las familias, a todas las víctimas de esta tragedia, y de intentar conciliar el sueño, tratando de olvidar la curva de A Grandeira, una de las pocas del trayecto que resulta imposible pasar por alto, cuando ves en la ventana esa gran serpiente blanca retorciéndose, y el chirrido, si te coge en la plataforma entre vagones, resulta realmente ensordecedor.

Me van ustedes a disculpar, pero me cuesta escribir como de costumbre. Termino como empecé. Con un gracias a Dios. Y pidiendo oraciones por todos los fallecidos y sus familias, en la fiesta del Apóstol Santiago más triste de la historia de Galicia. Él los cuidará.

Itxu Diaz, 25 de julio de 2013.