El hombre que vio a Dios a través de un microscopio, tribuna de Itxu Díaz en The Imaginative Conservative

Itxu Díaz se estrenó el 7 de julio de 2020 en la revista americana de pensamiento The Imaginative Conservative con un este artículo que ofrecemos hoy en español.

No sé ustedes pero yo estudié las teorías darwinistas de la evolución en la escuela con el asunto ese de los guisantes del monje Gregor Mendel, y aún a día de hoy lo único que me sugieren es lo bien que le quedarían unos taquitos de jamón y un sofrito de cebolla. No trato de desmerecer los trabajos del Padre de la Genética, ni descalificar la selección natural, pero he tardado varias décadas en entender el fondo del problema y no ha sido con ayuda de guisantes, sino con ayuda de autores como Newman, C. S. Lewis, Chesterton o el genial Peter Kreeft. Quizá por eso ahora, años después de aquellas tediosas lecciones del aula, disfruto tanto los libros del genetista Francis Collins, que acaba de ser galardonado con el prestigioso Premio Templeton por su defensa del diálogo entre fe y razón, entre la fe y la ciencia. Collins habría sido un maravilloso agnóstico, denso, aburrido, quizá un poco soberbio, pero descubrió por accidente a Dios mirando a través del microscopio, y se quedó sobrecogido ante la belleza y la majestuosidad de los pequeños detalles de la vida. Quizá por eso escribió más tarde: «el Dios de la Biblia es también el Dios del genoma. Puede ser adorado en la catedral o en el laboratorio. Su creación es majestuosa, asombrosa, compleja y hermosa».

Es un buen momento para repensar un viejo dilema. La ciencia del siglo XXI parece todopoderosa. De pronto llega una pandemia y pone las cosas en su sitio, pero aún en estas circunstancias tendemos a pensar que lo científico podrá algún día resolver todos los problemas del mundo. Y es verdad. Hay millones de respuestas que la ciencia puede darnos. Todas, quizá, menos una: “¿por qué?”. Lo buena noticia es que es una sola pregunta. La mala noticia es que es la única realmente importante. Si tienes prisa, es todo lo que tienes que saber sobre el debate entre fe y razón.



Hace más de 1600 años San Agustín desenmascaró el tiempo, convención clave para comprehender nuestra naturaleza: “el pretérito ha dejado de existir y el futuro no existe aún”. Solo existe el presente, decía el Obispo de Hipona, considerando que el tiempo requiere movimiento, mutación. Dios no cambia. He ahí su eternidad. Su omnipotencia. Peter Kreeft lo explicó a su manera: “Solo si un pájaro no nada en el océano sino que vuela por el aire puede entrar al océano desde arriba; solo porque Dios no es temporal puede entrar en el tiempo.” A fin de cuentas el tiempo es también algo que ha sido creado. San Agustín sentó las bases para enriquecer un debate extemporáneo que aún en nuestros días es candente, entre creacionistas y evolucionistas. Y lo más divertido es que San Agustín construyo este cimiento filosófico sin influencia alguna de los evolucionistas, porque cuando escribió Las confesiones Charles Darwin aún estaba en la mente de Dios, lo digo sin ánimo de crear un nuevo conflicto entre fe y razón por culpa de este coloquialismo teológico.

En su brillante Language Of God de 2007, Collins irrumpió en el debate entre fe y razón con una escritura inteligible y con la fuerza de su experiencia como científico y director del Proyecto Genoma Humano durante nueve años. Al fin y al cabo es un hombre que encontró a Dios al tiempo que descifraba los códigos ocultos de la vida, emprendiendo el camino contrario al que proponen los del racionalismo extremo desde la Ilustración. Supongo que nunca debimos esperar nada bueno de una moralidad nacida de una guillotina.

En toda la investigación de Collins late de fondo el problema de la evolución. Como profano en materia de laboratorio y amante de la civilización, de la barba afeitada y de la higiene corporal, me repugna admitir que podamos tener algo que ver con el mono. En realidad, desde niño, siempre me he sentido más cómodo con un creacionismo cristiano sin grandes pretensiones científicas, si con eso evitaba tener que emparentarme con las bestias. Pero lo cierto es que con los años yo me he hecho más bestia, y mentes brillantes como la de Collins o como la de Benedicto XVI me han hecho reconsiderar esta elección intelectual y espiritual. No es casualidad que el Papa Emérito nombrara a Collins miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias en 2009, mientras Barak Obama le otorgaba ese mismo año la Medalla Presidencial de la Libertad. En la medida en que su trabajo contribuye a desatascar las posturas excluyentes del viejo debate, ciertamente Collis nos libera del encasillamiento de un conflicto muerto, y en la medida en que demuestra con su experiencia que la fe es un aliciente para la investigación científica, su presencia enriquece los trabajos de la Academia Pontificia y amplía al tiempo su propio punto de vista.

Se ha escrito que los católicos se adaptan mejor a las tesis de Collins que los evangélicos y ciertamente me parece una consideración tan estéril como decir que la belleza de Nicole Kidman encaja mejor en el credo católico que en el protestante. Si algo ha demostrado con su obra el genetista es que no se pretende que nadie se adapte o actualice, no se pretende doblegar a nadie, sino abrir caminos hacia la verdad. La ciencia y la fe buscan, a su manera, la verdad. Leyendo Language Of God uno puede encontrar razones para acercarse más a Dios y al hombre, y quizá eso es lo único que debería importar a un cristiano. Eso, y esta consideración de Benedicto XVI en 2005: “No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”. No puede decirse lo mismo de los mosquitos.



El nuevo Premio Templeton 2020 ha abordado los límites de la ciencia en tres cuestiones clave: el origen del universo, el advenimiento de la vida en la tierra, y la naturaleza del mecanismo evolutivo que ha descubierto la genética moderna. La solución que ofrece es conciliadora pero no condescendiente. Collins, partiendo de la consideración agustiniana del tiempo en la eternidad, considera que Dios creó el universo con los parámetros necesarios para que se fuera desarrollando en largos periodos. “Así, Dios dotó a la Creación de increíbles potencialidades «, incluido» el mecanismo de la evolución para crear la maravillosa diversidad de los seres vivos en nuestro planeta – y, sobre todo, de los seres humanos con mentes creadas a imagen de Dios”. Pero la evolución no basta, la obra no estaría completa, en opinión de Collins, y no lo estuvo hasta que llegó la famosa escena del Jardín del Edén. Es ahí cuando, según el genetista, Dios da al hombre el gran regalo del componente espiritual: el alma y la moralidad. ¡El bien y el mal!

Volvamos a la pregunta inicial. Los evolucionistas que excluyen a Dios pueden explicar fácilmente por qué sobreviven unas especies en competición con otras, pero no pueden explicar por qué a menudo, en una decisión de un segundo, nos jugamos la vida para salvar la de otro con el que no tenemos ningún vínculo ni interés, simplemente porque necesita nuestra ayuda, porque se ha caído en la calle, o porque está a punto de arrollarlo un tren. El mundo de la evolución, sin Dios, sería un decorado bonito pero ausente de felicidad. Una cárcel materialista. Como el mundo de la razón sin la fe no sería más que un bonito museo de guillotinas.

Desde Fide et Ratio, y su exhortación tomista, las palabras de Juan Pablo II resuenan entre los cristianos que buscan el equilibrio entre fe y razón: “la fe mueve a la razón a salir de todo aislamiento y a apostar de buen grado por lo que es bello, bueno y verdadero. Así, la fe se hace abogada convencida y convincente de la razón”. Esto excluye el viejo postulado de que el avance científico empequeñece la fe. Quizá porque Dios no desaparece cuando el ojo humano ve mejor, cuando mira a través de un telescopio o de un microscopio. Al contrario, Dios se muestra ahí con mayor nitidez y belleza. Kreeft lo explicó así: “En una era de esperanza, los hombres miran al cielo nocturno y ven «los cielos». En una época de desesperanza lo llaman simplemente «espacio». El vacío ha reemplazado a la plenitud”. El gran valor de Collins es su empeño, desde el ámbito científico, por hacer que éstos sean tiempos de verdadera esperanza.

Lee el artículo original en The Imaginative Conservative.