El perfecto funeral

Esta columna de Itxu Díaz fue publicada originalmente en Neupic el  15 de octubre de 2014 . Ilustración: Íñigo Navarro.

En todo funeral que se precie el muerto ha de estar muerto. Queda muy mal que en mitad de la ceremonia salga corriendo. Algunos estudiosos proponen atarlo, para al menos evitar infartos, pero de nada vale si se empeña en cantar una de Bisbal en mitad del réquiem del coro. Los muertos vivos suelen dar mucha lata y son muy dados a interpretar Bulería interrumpiendo la ceremonia. El forense Asintov Lathuna defendía la práctica funeraria de “matar al muerto” para evitar sorpresas, pero la familia suele oponerse. Si carece de familia, se opondrán las plañideras del primer banco a la derecha, que aún sin conocer al finado, son más papistas que el papa. Toda opción que no sea oficiar el funeral por un muerto no es buena idea. Si sabe o sospecha que el muerto esta vivo, organice usted una boda o una primera comunión. Pero no un funeral.

El tiempo será preferiblemente frío y lluvioso. Se aconseja llamar a los servicios meteorológicos antes de doblar la servilleta. El cura ha de estar correctamente homologado. La iglesia elegida ha de tener aspecto de iglesia, por lo que descartaremos la mayoría de las construidas en España a partir de 1970, cuando la arquitectura católica se puso en manos de los enemigos de la fe. El templo puede estar decorado con flores. Sin embargo, se ha de evitar que las flores estén decoradas con un templo. Y si ha de estar presente el sacristán, que no hable.

Para facilitar la asistencia de los fieles al funeral, resulta muy recomendable señalar con claridad en la esquela el día y la hora. No obstante, no podremos hacerlo, porque al fin no sabemos ni el día ni la hora. Así que se dedicará un espacio en la esquela a explicar someramente este pequeño inconveniente teológico.

La participación activa de posibles herederos en la ceremonia ha de limitarse al máximo, ya que es frecuente que se salgan del guión y soliciten a los fieles que les acompañen con oraciones “por el correcto pago de la herencia”. En algunos funerales, en el momento álgido de la ceremonia, algún familiar rompe a recitar una poesía. Si no puede reducirse al sujeto antes de que empiece, al menos se evitará que los versos rimen, en cualquiera de las alternativas que ofrece la riqueza métrica.

El tono general de la ceremonia funeraria ha de ser triste pero comedido. No conviene llorar en exceso al difunto, incluso aunque haya sido buena persona, algo que ocurre en muy contadas ocasiones. Aunque tampoco están bien vistas las carcajadas. En este punto ha de encontrarse el buen equilibrio, que nace siempre del sentido común. El celebrante puede realizar algún comentario jocoso sobre el fallecido para romper el hielo, pero debe ser lo bastante ligero como para evitar que el muerto se ofenda y decida no colaborar durante el resto del acto. Cuando un difunto se pone de no, el funeral termina mal. Aunque en honor a la verdad hay que señalar que un funeral rara vez termina bien, ya que empieza bastante mal.

Resulta muy importante que el cura esté a favor del muerto, por muy sinvergüenza que haya sido. Por suerte la misericordia de Dios es infinita y sus caminos insondables, así que pierden el tiempo quienes traten de adivinar el destino eterno del fallecido. Lo ideal es que la misa sea en latín, incluida la homilía, que entonces el predicante optará por llevarla escrita. Eso facilitará que el sacerdote no se deje llevar por el fervor del momento en el sermón y canonice al finado aún caliente, haciendo que los fieles cambien los necesarios sufragios por el alma del difunto por una borrachera de celebración.

La vestimenta ha de ser acorde con las circunstancias. Si se llevan flores en el pelo o en las solapas, éstas han de estar marchitas. El negro es el color universal del luto, pero sólo para la ropa. No es buena idea pintarte la cara con betún en esta ocasión; podrían entregarte la carta de los Reyes Magos. En el transcurso del funeral, haga frío o calor, nadie debe desvestirse, ni por supuesto desvestir a otro. Y se evitarán toda clase de escotes pronunciados, especialmente en los varones.

Al terminar la ceremonia lo correcto es irse a casa o a celebrarlo, pero siempre fuera del templo. Tanto los familiares de la víctima, como las víctimas de los amigos coñazo de los familiares. Y si el funeral ha sido de cuerpo presente, conviene que quede de cuerpo ausente antes de cerrar la iglesia. Que mañana a las ocho de la mañana vienen Don Julián y sus 93 años a celebrar misa y no está para sustos.