Itxu Díaz rinde homenaje a John Wayne en National Review: «El héroe que necesitamos ahora»

A continuación reproducimos en español los primeros párrafos del artículo de Itxu Díaz sobre John Wayne publicado en National Review el sábado 23 de mayo de 2020.

América cabe en la filmografía de John Wayne y esto no hace pequeña a América sino que hace grande a John Wayne. El coronavirus nos ha devuelto al Viejo Oeste. Vidas solitarias, calles desiertas, miradas de desconfianza, y whisky para desinfectar la garganta; no es que los científicos se hayan pronunciado sobre esto, pero a estas alturas nadie va a discutirnos los beneficios del whisky en la lucha contra casi todo. A John Wayne, que cumpliría este mes 113 años, no le escandalizarían el distanciamiento social y la vida de aislamiento. A fin de cuentas, esas son sus algunas de sus señas de identidad. Una vez más, como ocurrió el 11-S, John Wayne representa todo lo que necesitas para salir de esta crisis, para levantarte de nuevo: iniciativa individual, libertad, valores y patriotismo. Es decir, todo lo que no podría ofrecerte alguien como Bernie Sanders, el nuevo CEO de la empresa de ruina y desempleo a domicilio Joe Biden Ltd.

Como todos los amantes de la libertad, John Wayne fue un anticomunista furibundo. Más tarde Stalin, los comunistas americanos, y finalmente Mao Zedong intentaron matarlo, una extraña manera de tratar de atraerlo a su causa. Es realmente heroico que John Wayne sobreviviera a tres atentados, porque lo único que hacen realmente bien los comunistas es matar. Durante la guerra de Vietnam, cuando en el verano de 1966 el actor visitaba a las tropas estadounidenses en la base de Chu Lai y les firmaba autógrafos, un sicario de Mao enfiló a Wayne con la mirilla y disparó varias veces. Falló en todas. Más tarde el Duke dijo que no se enteró de los disparos hasta que no vio a los soldados lanzándose al suelo buscando refugio. Imposible no recordar a su imbatible J.B. Books: “No seré engañado. No seré insultad y no dejaré que me pongan la mano encima. No hago ninguna de estas cosas a los demás, y exijo qlo mismo de ellos”.



Con los años, el actor detectó un extraordinario olfato para detectar comunistas. En una ocasión, durante un rodaje en plena Guerra Fría, John Wayne le preguntó al director de cine Edward Dmytryk: “¿eres comunista?”. Él respondió: “Si la masa del pueblo americano quiere comunismo, creo que sería bueno para nuestro país”. “Bien, para mí”, dijo el Duke, “la palabra ‘masas’ no es un término habitualmente utilizado en Occidente, así que sabía que era un comunista”.

El anticomunismo de Wayne no es un sentimiento extemporáneo. La crisis del coronavirus está reviviendo los peores fantasmas de esa ideología deshumanizadora: la sobredosis de normativas, la vigilancia total, la presunción del delito, el paternalismo envenenado del Estado, y las ayudas contra la crisis económica que, aunque a veces son necesarias, a menudo convierten a millones de ciudadanos en pasivos dependientes del erario público. No olvides que en cualquier crisis aparece siempre un iluminado y dice: “¡Demos un sueldo a todas las personas del mundo y así acabaremos con la pobreza!”. Y también siempre aparece un maldito-aguafiestas-hijo-de-una-hiena que pregunta, inocente: “¿y quién pagará eso?”. A menudo yo soy ese maldito-aguafiestas-hijo-de-una-hiena.

Hacía bien Wayne, que no distinguía entre liberales, socialistas y comunistas. Lo que separa a Biden de Sanders es poco más que un par de cabelleras bienolientes de jovencitas y algún que otro exabrupto menos en el discurso. Pero toda la izquierda tiende al mismo precipicio. Mira el el chavismo venezolano, el socialismo español, la socialdemocracia europea, o el comunismo cubano. Son solamente diferentes grados de un mismo proyecto de aniquilación del individuo y la exaltación del Estado. Lo dejó escrito hace años el brillante P. J. O’Rourke y no pasará de moda: «Dar dinero y poder al gobierno es como dar whisky y llaves de coche a los niños adolescentes”.

John Wayne aborrecía la masa, incluso la suya. Esto lo convertía en un ser libre, crítico con los suyos. Es la gran diferencia entre conservadores y progresistas: el pensamiento individual. El conservador tiende a valorar el pensamiento propio. El progresista cree en el pensamiento colectivo, desconoce que tal cosa no existe en la naturaleza humana. Existe la fiebre global, como la del oro, la ceguera generalizada, como la de los periodistas que adoran a Biden, o el sentimiento colectivo, como mi enamoramiento hacia a Maria Sharapova. Pero no existe el pensamiento colectivo.



Ahora que buscamos una vacuna contra el coronavirus, conviene recordar que necesitamos antes una vacuna contra el comunismo. Sin comunismo, no estaríamos ahora buscando a ciegas la vacuna, sin información sobre el origen de la enfermedad. Sin comunismo, Xi Jinping no podría negarse a compartir todo lo que sabe sobre esta pandemia. Sin comunismo, es bastante probable que los famélicos chinos nunca se hubieran atrevido a hincarle el diente a un pangolín, pero admito que esto es una teoría propia; no busquen la base científica porque estoy trabajando en ella y, a esta hora, el pangolín se niega a colaborar.

Ante la presente crisis, nuestro antídoto es levantar un nuevo patriotismo. No se trata de ondear una bandera vacía. El patriotismo que necesitamos es el que enarboló el Duke: un americanismo con pleno contenido, con sus valores, con su vigor, con su sentido homenaje a quienes han muerto luchando por ese legado común. Lo otro, lo de las banderas vacías que renuncian a sus valores, ya está inventado y se llama Europa. Y, siento el spoiler: termina mal.

En una de las muchas memorables escenas de El Álamo, la película que dirigió John Wayne y que ha quedado para la posteridad como su testamento moral, en plena discusión sobre la vida después de la muerte, Jocko proclama: “I believe. I can never find a way to argue down you that don’t believe, but I believe in the Lord God Almighty” y “I believe that Good shall be triumphant in the end and that evil shall be vanquished”. Entonces Bob añade: “Me, too. I figure a man’s got to believe in those things, does he want to believe in the good things about man the real good things, like courage, honesty… and love”. Toda la película es un cántico a las virtudes eternas. A fin de cuentas, conservadurismo es conservar. No hay nada malo en conservar lo bueno. De algún modo, Wayne nos dice que no tenemos por qué avergonzarnos por custodiar la tradición. Desconfía siempre de la gente que te dice que acaba de descubrir lo mejor de la vida: el último amigo, el último coche, el último destino. Desconfía de ellos como si fueran malditos abstemios.

Lee el ensayo completo en National Review (en inglés)