Las chicas guapas me estresan

Esta columna de Itxu Díaz fue publicada originalmente en Neupic el  3 de noviembre de 2014 en respuesta a los comentarios por «El hombre es una aberración». Ilustración: Íñigo Navarro.

Una mujer ha de controlar su belleza. Se puede ser levemente atractiva, razonablemente bella, o discretamente guapa. Pero no es admisible el bellezón, la niña que atrae todas las miradas, la flor paradisíaca. Las chicas que son demasiado guapas ocasionan serios trastornos en las sociedades avanzadas, provocan crisis cardíacas en los ancianos, y están detrás de nueve de cada diez muertes de idiotas golpeados por farolas; algo de lo que por otra parte, nos alegramos. Algún día hablaremos de la maravillosa función social de las farolas, que son también las que están acabando con esa plaga de tipos que caminan y teclean a la vez, sin alzar la vista más que cuando llega el forense.

Sostengo que la belleza ha de controlarse para evitar las gravísimas consecuencias patológicas que ocasiona en los demás. Pero de nada sirve esta cruzada contra las chicas diez, si luego no actuamos con mano firme ante sus injusticias. Ingresé en la Academia de Hombres de Honor en mi adolescencia, cuando abandoné a una novia por ser demasiado guapa. Por ser demasiado guapa y por irse con mi mejor amigo. Razón por la que fui expulsado de la Academia e invitado a la capea de Amigos de los Toros, a la que no acudí porque no me quedó muy claro cuál era mi bando en la lidia.

En 1993, un buen amigo murió de un infarto a la edad de 14 años al coincidir en un ascensor con Claudia Schiffer. Pudo resistir la primera danza de hormonas al notar su aroma, el tartamudeo inicial de su alargada presencia, pero se desmayó mortalmente cuando la modelo alemana le clavó los ojos y pronunció, con voz suave y en clara declaración de intenciones: “¿A qué maldito piso va usted?”. Aunque la familia siempre ha creído en la versión del infarto, mi teoría es que murió por autocombustión derivada de un aumento explosivo de cortisol en sangre. No tengo pruebas. Pero conocía al sujeto.

Las revistas están llenas de secretos femeninos y tal vez sea ahora de que alguien cuente aquellas cosas de los hombres que jamás deberían salir a la luz. Que desde aquel episodio del ascensor las mujeres excesivamente guapas me estresan, me angustian, y destrozan mi sistema nervioso, sería una confesión repugnantemente íntima si no fuera porque un grupo de investigadores acaba de concluir que eso le ocurre a todos los machos.

Al parecer, la sola presencia de una mujer bonita en nuestro entorno durante cinco minutos es suficiente para disparar nuestros niveles de cortisol, una hormona relacionada con el estrés. Imagino al tenista Grigor Dimitrov, novio de Maria Sharapova, con el cortisol como mi colesterol, palpitaciones en todos los músculos del cuerpo, y ronchas en la planta de los pies. No olvidemos que las ronchas en los pies son el síntoma de estrés que más estrés causa, según los últimos informes de la prestigiosa Organización Internacional del Ronchas. Desde aquí mi homenaje a Dimitrov. Valiente capullo.

Si analizamos el coste que tiene para la Sanidad pública la presencia en los bares de mujeres bonitas, el gasto autonómico nos parecería una broma. Si algún día llego a La Moncloa, mi primer impuesto será el de circulación, pero a las guapas por pasear por la calle. Es intolerable que Megan Fox, Scarlett Johansson, Salma Hayek, o Monica Bellucci, vayan por la vida como si nada, provocando estrés y disparando impunemente el gasto público en ansiolíticos.

Muchos científicos se han preguntado por qué los hombres a menudo se comportan como orangutanes cuando se encuentran en presencia de una dama hermosa. La respuesta está en este estudio de la Universidad de Valencia, en el que 84 varones debían resolver un sudoku en la misma sala con dos desconocidos, un hombre y una mujer de gran belleza. Yo también quiero conocer la cara del ideólogo de este estudio.

Temo a la chica diez. A la mujer de belleza redonda. Al mujerío de porcelana. Rompo hoy una lanza por la belleza real, por la mujer guapa que contiene su belleza para evitar que se nos dispare la cosa esa del cortisol, y por las chicas que son capaces de resultar atractivas de una manera cabal y ordenada. Además la gente demasiado guapa empalaga e incordia. Ser guapo es de muy buen gusto, pero ser demasiado guapo es una falta de respeto a las demás, y un atentado contra la salud pública.

Las hormonas masculinas agitadas pueden provocar, en el mejor de los casos, sudoraciones indeseadas –no existen las sudoraciones deseadas-, tembleque de piernas y brazos, hiperventilación, y alaridos descontrolados. En combinación con ciertas cantidades de alcohol o excitantes, estas hormonas alteradas por una gran belleza llevan al macho a la pérdida total de dignidad de una manera irreparable, en su empeño por atraer a cualquier precio la atención de la joven. Es entonces cuando el gilipollas innato se comporta como un auténtico gilipollas innato. Todo esto resulta demasiado estresante y los únicos que parecen ser conscientes de la gravedad de la situación son los chicos de La Costa Brava. Siempre nos quedará La Costa Brava: