¿Dónde poner un novio en primavera?

Esta columna de Itxu Díaz fue publicada originalmente en La Región el domingo 10 de abril de 2016. Ilustración: Íñigo Navarro.

Un novio estorba en cualquier sitio. Nunca sabes dónde ponerlo y hagas lo que hagas tropiezas con él y podrías romperte un tacón. O golpearlo y tirarlo al suelo. Y luego se pasará toda la semana quejándose de que le duele algo, y de que no miras por dónde andas, cuando en realidad, lo único que haces bien es mirar por dónde andas y a quién pisas. Y si decides situarlo en la entrada de casa y emplearlo para colgar abrigos será peor, porque verás que todas las visitas se sienten obligadas a darle conversación -otro día analizaremos por qué tus visitas hablan con el mobiliario-, y entonces se comportará como un novio profesional, que es lo que quieres evitar. Es primavera. La calle se llena de flores y tú ahora formas parte del jardín. Y no tiene sentido que te presentes en la fiestas rocieras con esa especie de visigodo conservado en formol, que te prometió en invierno que era capaz de tener los músculos aún mas gordos y, en efecto, lo ha logrado, ya le ha desaparecido toda la cabeza entre los hombros.

Mándalo al Caribe, dile que ahora solo tienes ojos para los alimoches, que te has enamorado del catequista de la parroquia, o rétalo a leerse las obras completas de Paulo Coelho si quiere seguir contigo. Si lo hace, no habrá duda de que te quiere. Pero tú no puedes estar con un tipo capaz de leer Paulo Coelho, salvo que esté secuestrado y su cabeza dependa exclusivamente de hacer algo así.

Algunas mujeres sienten un cariño tan grande por su novio como el que pueden sentir por su gato. Esto resulta un doble desorden: Por un lado, porque no se debe tener gato: tiene pelos, provoca alergias, y conspira siempre a tus espaldas. Y el segundo, porque no se puede querer más a un hombre que a un gatito. ¿Qué te ocurre, no tienes sentimientos? ¿Qué pasa con el amor a los animales que te enseñaron en todas esas películas de Disney?

Quizá lo tuyo sea diferente y sincero. Quiero decir que tal vez el chico tenga la única copia de tus llaves de casa, o conduce un Ferrari carísimo, y quema billetes de 500 euros para prender su chimenea. Entonces el amor romántico, limpio, y noble, surge en tu corazón. Lo comprendo. El adiós se vuelve doloroso, porque aunque estás preparada para echarlo de menos a él, nadie te ha enseñado a olvidar a su Ferrari. Sin embargo, no está todo perdido: la primavera llena las calles de chicas guapas, pero también las carreteras se llenan de coches más grandes y más caros que los de tu futuro ex novio.

La alternativa es la monotonía. Renunciar a la Feria de Abril, porque ningún novio quiere ir; la mayoría piensa que eso consiste en ponerse flores en la cabeza y beber una infusión llamada manzanilla bailando con unas chicas tapadísimas que mueven los volantes como Lola Flores. Además, miles de novios creen que el bronceado playero es incompatible con estar en la vanguardia musical. Así que ya no van a la playa y no dejan a los demás ir tranquilamente, y tú eres los demás. Son tipos amarillentos, ocultos bajo barbas propias de algún personaje del Antiguo Testamento, y acostumbrados a leer libros de autores que no existen, de una intensidad tal, que a su lado el Ulises resulta ameno.

Como los hombres no sabemos hacer nada, y por supuesto, nada que implique coordinar dos actividades a la vez -excepto flexionar el codo y absorber-, una solución fácil para tener a tu novio entretenido es darle muchas ocupaciones simultáneas. Cuélgale un bolso, pídele que anote una cadena de caracteres sin sentido, dile que encienda el horno, y ahora dile que lo apague –de inmediato, repróchale airadamente haberlo apagado y dile que lo encienda de nuevo-, dile también que coja el teléfono, que apague una luz, y recuérdale que tiene una mancha de chocolate en la frente que debe limpiarse antes de que se le suba al cuero cabelludo, convirtiendo su cabeza en El Grito de Munch pero pintado por Arguiñano. Ante estas circunstancias, la mayor parte de los hombres colapsamos. Ojos en blanco, gesto contraído, y emisión de un pitido agudo constante por las orejas. Cuando despierte podrás soltarlo en cualquier sitio. No te preocupes por él. En cuanto un chico sale a la calle en primavera, deja de echar de menos a cualquier novia pasada y comienza a pensar en las del futuro.

Algunos no salen ni con agua caliente, e insisten en que están enamorados. Por tratarse de casos extremos y dolorosos es necesaria una solución extrema y dolorosa: proponle el matrimonio. Mi consejo es que lo hagas cerca de un acantilado. Así, cuando salga corriendo, caerá al mar, y te asegurarás de que no será reincidente.

Las ventajas de ser una chica soltera en esta época son todas. Podrás moverte de fiesta en fiesta, ahorrarte todas las finales europeas de todas las disciplinas deportivas que contengan en algún punto de su reglamento una o varias pelotas, y podrás salir a bailar sevillanas con tus amigas solteras. Por supuesto, podrás entregarte al tanteo del amor, pero siempre evitando caer en las redes de nadie, al menos hasta que lleguen las nieves del invierno, cuando te vendrá bien un oso cerca para no morirte frío.

Un novio es algo que está ahí, tirado en el sofá, viendo la televisión, y preguntando constantemente por qué no hay cerveza fría en la nevera. No tengo nada contra ese modelo masculino, pero todo funciona mejor si lo dejas en su jaula, en vez de meterlo en casa. Siempre estás a tiempo de ir a lanzarle cacahuetes los domingos por la mañana. Por suerte, otra de las pasiones del novio es juntarse con otros de su especie, aullar violentamente y emborracharse, con o sin fútbol. Si les das mucho alcohol y el tiempo suficiente, terminarán peleándose entre ellos y ésta es la gran ventaja: que su instinto propicia una selección natural que te ahorrará mucho tiempo. A un novio que vuelve a casa al alba, con la ropa rota, borracho, y sin la mayor parte de los dientes, no hay que darle explicaciones de por qué no quieres volver a verlo.