«El bar donde se enamoró Rajoy»

(Columna de Itxu Díaz en La Región, del 5 de enero de 2014)

 

Ilustración de Navarro al artículo

 

Escribo desde la resaca navideña. Tengo seis kilos de más, me salen los polvorones por las orejas, y he tenido que llevar el hígado al sastre después de la juerga de Nochevieja. Me he visto obligado a bajar a un piano-bar para poder escribir esta basura. Así están las cosas. Espero que ustedes lo sepan valorar. He venido hasta aquí, arrastrándome entre la pereza del mal columnista y la pereza del buen columnista, para pedir la dimisión en bloque de todo el Gobierno. Sí, queridos Reyes Magos. Nada me haría más feliz. Eso, y que la camarera que me está sirviendo el cubata dejara de cotillear lo que estoy escribiendo, que nada me hace más infeliz. Pero comprendo que no puedo pedirlo todo, así que me conformo con que el ministro de Hacienda saque durante un par de minutos su dedo de mi ojo.

No sé si puedo pedir la dimisión del Gobierno en pleno. De mi se presupone la derechona. De mi se presupone la aversión a toda izquierda. De mi se presupone todo, porque la mayor parte de la gente juzga las cosas de la vida periodística según los mismos patrones que Espinete, pero que Espinete tratando de descubrir la diferencia entre cerca y lejos en la Wikipedia. De mi se espera una adhesión inquebrantable al Gobierno por necedad o necesidad, porque como escribió un día Federico Jiménez Losantos, nada sale más caro en este país que pensar por cuenta propia. En realidad, la frase no es exactamente así, pero estoy seguro de que ustedes disculparán que me invente la mitad de la cita. ETA se ha inventado una guerra con dos bandos enfrentados donde sólo había una manada de cobardes pistoleros y nadie les ha dicho nada. Me parece que son los únicos asesinos que aún no han recibido el Nobel de la Paz. Y lo merecen más que nadie, si tenemos en cuenta que Alfred Nobel, el famoso personaje que dio origen a estos galardones, fue el inventor de la dinamita, que como todo el mundo sabe ha servido para dar de comer a la gente sin hogar durante los últimos siglos.

Lo lamento por los desengaños. Lo lamento por los que llevan la gaviota tatuada en el corazón. Lo lamento por los que creen que todos tenemos un precio. Tampoco pido la dimisión del Gobierno por hondas razones ideológicas. No me conmueven en exceso las campañas de agitación de Rubalcaba. Siendo sinceros, Alfredo, ya has conseguido bastante, enchufando como ministro a tu compañero de partido, Cristóbal Montoro. Lo que me motiva en el fondo, como todas las cosas importantes de la vida, es un vientecillo inexplicable. No ese ‘de la libertad’ que cantaba Sabina. Ni esos ‘nuevos aires’ que proclaman los cursis que aspiran a hacer carrera en la huérfana América Latina.

Lo que de verdad agita mi voluntad es algo arbitrario. Siento profundamente no poder sostenerlo con sesudos argumentos, de esos que utilizan los tertulianos mientras señalan con el dedo a su contrincante, pero tengo por norma la honradez con mis lectores. Incluso con aquellos que me leen.

Escribo estas líneas y pasa frente a mi Paco Vázquez, el alcalde eterno, con un garabato de senectud contenida en la frente. Gabardina y ojos clavados al suelo. Puede que Carlos Negreira esté haciendo bien su trabajo en la ciudad del mar, pero yo soy hombre de arraigadas costumbres e inamovibles tradiciones, y para mi el alcalde de La Coruña será siempre Paco Vázquez. El de toda la vida. En una ocasión, en mi temprana adolescencia periodística, entre una nube de becarios ávidos de exclusivas, le pregunté por qué no se pasaba al PP. Un tránsfuga a tiempo es una victoria. Recuerdo perfectamente su respuesta, que marcó mi futuro como reportero sin futuro: ‘Espérate un momento’. Y aquí me tienen. Esperando.

Salvando las distancias, que no pueden ser mayores, Paco Vázquez era al PSOE lo que Santiago Abascal al PP. Con Santi hablé hace algunas semanas, cuando le envió esa carta de despedida a Mariano Rajoy, y me dijo lo mismo que a otros: ‘La democracia dentro de los partidos no existe’. Hizo todo aquello que estuvo en su mano para cambiar algunas cosas desde dentro. No pudo. Paco Vázquez no hizo todo lo posible, nunca por nada, y eso es lo que más tenemos que recriminarle. Que a Vázquez, que era el gran presidente que necesitaba España, se lo merendase Zapatero sin despeinarse es uno de los grandes misterios de la Historia. Lo envió al Vaticano, que fue una manera nada sutil de ponerlo a trabajar por la vida eterna y dar por finiquitada cualquier aspiración terrena, incluida la de encabezar un partido político cuyo último icono identificable es la parca más tempranera de Felipe González.

Tienen razón los que lo musitaban en los pasillos del Congreso: la democracia es para muchos españoles el dios posmoderno. Media España ha querido hacer de las urnas una religión y la otra media está muy ocupada avergonzándose de lo que realmente piensa. Y a mi todo esto me suena a la genialidad de Chesterton: ‘Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa’. Por ejemplo, en la mayoría. Mientras la mayoría esté formada por tipos que se creen muy independientes por leer con devoción cada domingo los mandamientos de Arturo Pérez-Reverte en Twitter, la democracia es peor que cualquier otra forma de gobierno. Entiéndame. No pretendo decir que nuestra democracia sea una basura, sino solamente que es una basura nuestra democracia.

Ruge el mar al otro lado de la ventana. Del bar suena un villancico de Sinatra. Bailan las luces verdes y rojas en los cristales, frente a la espuma del mar. Momento propicio para confesar que les escribo desde la mayor de mis melancolías. Acabo de saber que a Mariano Rajoy le han cerrado el garito donde se enamoró, entiendo que por última vez, y creo que eso explica nuestros males. A todos nos ha pasado. Hace mucho tiempo que nos han cerrado el garito donde nos enamoramos de Mariano.

Leer en la web de La Región: http://www.laregion.es/opinion/20410/28111/