El hombre es una aberración

Esta columna de Itxu Díaz fue publicada originalmente en Neupic el  27 de octubre de 2014. Ilustración: Íñigo Navarro.

El hombre es un bicho grandote, insolente, egoísta, y ordinario. Y además, huele mal. No se puede esperar nada bueno de algo que tiene pelos en la barriga. Casi todas las cosas malas de la Historia han sido culpa de un varón. Caín mató a Abel. Harry S. Trumán lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima. Daddy Yankee popularizó el reggaeton. La única vida sagrada para un hombre es la de su coche. Lo prueba el hecho de que Allen K. Breed no inventó el airbag para llevarlo puesto sino para dejarlo en el coche. Probablemente su idea era evitar que el acompañante rompiera de un posible cabezazo la guantera.

Los tíos viven con el empeño de cargarse el mundo y desoyen con prepotencia la sabia intuición femenina incluso cuando lo que está en juego es su propia vida. No aportan nada a la especie, más que problemas, peleas, corrupción, y chistes groseros, que casi siempre abordan asuntos de medidas y tamaños. Todo lo que un hombre lleva en el cerebro puede resumirse en un tuit. Una mujer, en cambio, necesitará varios post en Facebook y medio centenar de fotos en Instagram.

Desde la Antigüedad, la mujer es sinónimo de perfección y fecundidad. Todo en ella es bueno. No hay más que ver a Adriana Lima. El hombre, en cambio, es sinónimo de desgracia y decadencia. No hay más que ver a Kim Jong-Un. Los hombres son feos, están gordos, se quedan calvos, y su edad mental sólo atraviesa dos estados a lo largo de la vida: 13 y 93 años.

La mayoría de las cosas importantes –como las empresas, los países, y los fabricantes de cerveza- están dirigidas por hombres, y ahí tienen la razón oculta de la crisis mundial. El hombre es un ser insensible y cruel, incapaz de hacer nada por los demás si no es por accidente, y muy capaz de jugarse todo su patrimonio al póker en una sola noche, sólo porque alguien ha puesto en duda su capacidad cojonil para llevar a cabo tal hazaña.

El tío se convierte en algo mucho más peligroso aún cuando pretende ser sensible y bondadoso. Ahí tienen a Pablo Neruda. La mayoría de los hombres arreglarían una injusticia matando a todos los que la rodean. Además, hace un par de noches vi a un hombre completamente borracho. Era un hombre. No hay duda. No sé a dónde vamos a llegar. Esto con las mujeres no ocurre.

El hombre lo tiene todo desordenado y culpa siempre a los demás de sus defectos. Antes de asumir un error, conseguirá que dimita hasta su propia madre si es preciso. Y sólo un varón es capaz de mostrar una sonrisa ante el dolor ajeno. Por algo “varón” rima con “pedazo de cabrón” y no con “buena persona”. Sostengo que casi todas las cosas que riman están íntimamente relacionadas. Por ejemplo: “columnista” y “analfabeto”.

Los hombres utilizan algo llamado fuerza bruta, que consiste en hacer que las cosas cambien por su propia voluntad, sin intervención alguna de la inteligencia. Esto sirve para voltear contenedores, derribar puertas con la cabeza, y hacer penaltis en el último minuto del partido. En el fútbol femenino no hay ningún idiota haciendo penaltis en el último minuto. Sólo un hombre podría hacer algo tan estúpido. O un hombre o Gerard Piqué.

Creen que lo hacen todo bien, que son los más guapos, y que todas las mujeres están a sus pies. Y lo único cierto es que su mera existencia obliga a un reparto desigual de la belleza femenina en la tierra. Por suerte, toda esta hecatombe biológica tiene arreglo. Reduciendo drásticamente a uno –yo mismo- o dos ejemplares el número de hombres en el planeta, el reparto de varones y mujeres sería mucho más rico, y la capacidad de destrucción innata de los chicos estaría por una vez bajo control. No harían falta policías en los campos de fútbol, ni pegatinas de “no toque el botón rojo si no está seguro de lo que hace” en los cazabombarderos, ni cámaras de seguridad para evitar que la gente haga pis en las paredes de los edificios históricos.

Las guerras, los impuestos, las barbas de más de un metro, los políticos, el atletismo y casi todos los deportes coñazo, y los metrosexuales, son inventos masculinos. A las mujeres les debemos las bellas artes, la fuerza de la inteligencia, las toallitas de bebés que todo lo limpian, y la risa. En definitiva, en la experiencia de este cronista, no hay comparación en la respuesta de hombres y mujeres a la llamada de la risa: las mujeres se ríen mucho más que los hombres, que a menudo tienen el sentido del humor a la misma altura que las ganas de poner la lavadora.