La despedida a Alvite: ‘Escribir para toda la muerte’

Itxu Dsavoyíaz dedicó su columna dominical de La Región del 18 de enero a despedir al recientemente fallecido, José Luis Alvite, con ‘Escribir para toda la muerte’, magistralmente ilustrado una vez más por Navarro.

ESCRIBIR PARA TODA LA MUERTE

Me he venido a un bar antiguo. Viejo refugio de recuerdos tristes, los menos, y horas dulces, las más. El techo alto, las paredes llenas de historias amarillentas, y el polvo flotando en cada haz de luz. Camareros encanecidos, traje oscuro y formas viejas, y en la ofrenda de la copa, pocas flores: ni un aspaviento de más, ni un detalle de menos. Escribo aquí, así. Folios en blanco, el rumor de la vida encarcelado en el bolsillo, y al aire la pluma negra de los lutos solemnes. Hay personas a las que no puedes despedir desde cualquier lugar, expidiendo su adiós como un burócrata de la columna, golpeando obviedades sobre el gélido teclado como si nada. No. No puedes decir con prisa que se ha muerto Alvite. No puedes caer en el tópico, en la vulgaridad urgente de un obituario tan obligatorio como prescindible. No. Con Alvite, no.

Ha muerto. Se ha llevado la melancolía y nos ha dejado la melancolía. Estas jodiendas sólo sabemos hacerlas los gallegos. Ajeno al bullicio del mundo y sin embargo tan humano, Alvite era felizmente infeliz. Tan observador como distraído, tan contradictorio como la vida plena en el frío muerto de la madrugada, tan ambiguo como el humo de un club de jazz, que desfigura el llanto dorado de los saxos entre las sombras. Escribo palabras sobre sus palabras, releo los recortes con la noticia de su muerte, y veo alrededor que el bar sigue su ritmo, ajeno al entierro de su mejor cronista, demostrando de esta forma tan cínica y genial que, después de todo, el compostelano tenía razones para su pesimismo, como todos los poetas que retrataron la indiferencia de la muerte, desde Agustín de Foxá hasta Juan Ramón Jiménez. El moguereño parecía pensar en Alvite en 1903: “Yo me moriré, y la noche / triste, serena y callada, / dormirá el mundo a los rayos / de su luna solitaria (…) Y sonará ese piano / como en esta noche plácida, / y no tendrá quién lo escuche / sollozando en la ventana”.

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