Restituir el honor del Coyote

Tipo de una sola pieza. Noble, inteligente, y valeroso. Leal, trabajador y sagaz. Elegante y sencillo. Amigo de sus amigos. Veterano de guerra, experto en el manejo de explosivos y reputado ornitólogo. Paisajista a tiempo parcial. En ciernes, cocinero especializado en recetas de cuculiformes. El Coyote. Emblema de dignidad, báculo de justicia, epíteto de quijotismo.

Todo lo bueno que representa la raza humana queda reflejado en su mirada de determinación y su musculada anatomía hace temer a los malvados del orbe entero. En condiciones normales de presión y temperatura, es capaz de alcanzar la velocidad del rayo. Una gesta solo interrumpida en ocasiones por una injusta circunstancia: que en condiciones normales de presión y temperatura el rayo es capaz de alcanzar la velocidad del Coyote. Un destino, el suyo, unido a la más romántica de las fatalidades.

Nuestro ídolo, nacido 1949, lleva décadas durmiendo el sueño de los justos. Su guerra no es de este tiempo. Asumida esta realidad, con la lealtad institucional que le caracteriza, desapareció del foco mediático, dejó de soñar con muslo de pollo a la brasa, y pasó a un distinguido segundo plano donde se ha mantenido hasta fechas muy recientes.

Hoy su honor está siendo mancillado por los de siempre, los aliados del Correcaminos, esa legión de cursis, insidiosos y cobardes. Cacarean en las radios y televisiones, hacen bip-bip, y agravian su legado. Es hora de poner coto. Es hora de dejar de malgastar el ilustre nombre del Coyote en banalidades, aprovechándose de su indefensión, de su retiro como espectador de un siglo que lo ha destronado para enamorarse de algo tan superfluo como una bochornosa esponja que habla.

Está bien que en España solo haya un tema de conversación. Pero no deberíamos tentar al héroe dormido, al estandarte de varias generaciones que crecieron al amparo de su ansia por comerse al mamón del Correcaminos. Aquella era una misión divina que engruesa ya los más dorados episodios de la historia de la gloria militar. Toda chanza sobre el Coyote es vil y carroñera.

A Piolín, que le den. Pero El Coyote es El Coyote. Alegoría universal del ardor, la ley, el orden, y la justicia. Inmaculada memoria infantil, hazaña tras hazaña por los escarpados acantilados arenosos, grabada a fuego en nuestros blancos corazones. Alejen sus gruesos adjetivos de tertuliano exaltado de la insigne sombra de nuestro héroe. Que ya no respetan nada.

Coyote, maestro Wile E. Coyote, no decaigas: nuestras plumas vengarán tu memoria ultrajada.