¿Tenemos demasiados trabajadores bien formados?

A continuación reproducimos en español los primeros párrafos del ensayo de Itxu Díaz «Is Our Workforce Overqualified?» para The American Conservative del 18 de noviembre de 2020. 

Tenemos un problema: hay demasiados listos en el mundo. Y es hora de desmentir que estén todos trabajando en las empresas demoscópicas que predijeron lo que no iba a ocurrir en las elecciones. Hay demasiados trabajadores sobrecualificados. Hay demasiados títulos universitarios. Hay demasiados aspirantes a puestos que requieren una inteligencia sobresaliente. Nuestros modernos mercados laborales han inflamado hasta el extremo la valoración de los trabajos de alta capacidad intelectual, despreciando aquellos que requieren destreza artesanal o simplemente corazón, tacto, empatía. Casi nadie quiere cuidar ancianos, reparar enchufes en cortocircuito, o ser carnicero en un supermercado. La mayoría de los jóvenes están demasiado ocupados tratando de abrirse camino a hachazos en alguna gran consultora de brillante porvenir. Y están dispuestos a casi todo por lograrlo, incluyendo sacrificar su vida familiar, su ocio, sus amistades y, en algún casos, vendiendo a su propia madre en un mercadillo de baratijas si fuera necesario.

Tal vez, emborrachados con historias de éxito profesional y aspiraciones macroscópicas, estamos perdiendo la perspectiva sobre lo que realmente significa trabajar. Su origen te cortará la cogorza. En las lenguas romances como el español, la palabra trabajar (to work) procede del latín tripaliare, es decir, torturar. Esto se aproxima bastante más a la verdad que la etimología inglesa de work, que alude a “something done”, a una acción, que es algo tan vago como decir que el chocolate es algo que se mete por la boca. Y es que el tripalium latino que da origen al verbo fue un artefacto para torturar a los esclavos, no sé, supongo que algo equivalente a nuestro actual despertador.

En ningún lugar de La Biblia pone “te realizarás con tu empleo, triunfarás en tus negocios, estarás empoderado como un pomelo, y serás la envidia de toda la compañía”. En realidad, Dios fue bastante menos optimista sobre el asunto de la satisfacción laboral: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Y se lo dijo a Adán en un tono que no parecía estar aventurándole un ascenso.



El primero en pervertir esta idea fue Horacio, con un optimismo desbocado: “el placer que acompaña al trabajo pone en olvido a la fatiga”. Horacio, brillante impostor, pasó más tarde a la fama por una extraordinaria oda a la vida retirada.

No obstante y a pesar de la expulsión del Paraíso, los dolores de parto, y la esclavitud del trabajo, es maravilloso si en tu oficina puedes disfrutar y sentirte bien. Entre otras cosas por aquello que dejó escrito el escritor español Jardiel Poncela: “cuando el trabajo no constituye una diversión, hay que trabajar lo indecible para divertirse”.



Quizá el problema está en que poco a poco hemos ido vinculando artificialmente estatus laboral y éxito en la vida. Veamos. Según la OCDE, el 45% de los jóvenes americanos tienen un precioso título universitario bajo el brazo. Por supuesto, debemos felicitarles por el esfuerzo. Pero también contarles la verdad: a medida que se expande el número de titulados, desciende el valor de los títulos. Buena parte de la frustración juvenil procede de que el título universitario ya no garantiza encontrar un trabajo acorde a su elevada cualificación. De algún modo, empieza a haber más economistas que dinero. Más abogados que pleitos. Y más arquitectos que puentes.

Sigue leyendo el ensayo completo en The American Conservative (en inglés).