Nací y todo ocurrió muy rápido. En la sala de partos nadie tenía un maldito café, estaba todo lleno de gente con aspecto de no haber visto jamás a un recién nacido, y las chicas de recepción me negaron la copa de bienvenida. No fue un recibimiento hostil, de acuerdo, pero tampoco era lo firmado con la agencia de viajes. Esa es la razón por la que me agarré a mi madre y dormí durante aproximadamente quince años.

A esa edad, decena arriba, decena abajo, descubrí las letras y dejé de correr despavorido huyendo de las cifras, que querían matarme y casi lo consiguen.
Cuentan mis profesores que me desmayaba al ver el encerado repleto de largas ecuaciones, y que mi indiferencia sobre las calificaciones en Matemáticas era tal, que no reaccionaba ni a los aprobados. Copié salvajemente en un examen final de Geografía y desde entonces no tengo ni idea de quiénes somos, de dónde venimos, ni a dónde vamos. Solamente distingo entre países fabricantes de vino –España-, fabricantes de coches grandes –Estados Unidos-, fabricantes de francesas –Francia-, fabricantes de pizza –Italia-, y fabricantes de ron –Venezuela-. Por suerte, los teléfonos tienen ahora una bolita azul que te guía por los callejeros a gran velocidad, para que además de perderte puedas romperte fácilmente el tabique nasal con alguna señal de tráfico.

Con quince años escribía decenas de poemas cada día, algo que por otra parte no me diferencia del resto de los adolescentes de mi generación en nada, salvo en una cosa: reconocerlo. Fumé mucho, me entregué a la música, me interesé por el periodismo político, y me desengañé pronto. Creo en la verdad y admiro y añoro a Antonio Herrero, y eso, bromas aparte, es todo lo que sé de periodismo.

En los 90, me introduje madrugador en los mundos de Internet –que entonces era la intenné- y durante años me llamaron periodista digital, algo que para un escritor supone una ofensa mucho mayor que si te llaman gilipollas, sinvergüenza, o diputado.
Con el cambio de siglo experimenté un extraño pico de actividad en todos los ámbitos. Monté un grupo de música, dimos decenas de conciertos, rescatamos cientos de canciones del pop español ochentero que habían caído en el olvido, compusimos temas, grabamos un EP, y nos disolvimos.

En ese tiempo me convertí en director por primera vez, fundando la revista Popes80.com, dedicada a la música española, y obteniendo un éxito y prestigio que se mantienen intactos a día de hoy.

Lanzado en homenaje a Enrique Urquijo, y enamorados como vivíamos de las canciones de Antonio Vega, Popes80.com se distinguió también por organizar algunas de los conciertos más espectaculares de la época, reuniendo algunas noches a más de 30 artistas en un mismo escenario, en torno a una misma banda.

También estuve detrás del lanzamiento de El Confidencial Musical, Music As Follows, y Pide un Concierto, todos ellos proyectos vinculados al mundo del armamento nuclear, como su propio nombre indica.

El éxito de Popes80.com, cosechando golpe a golpe en sus diez primeros años de vida, habría sido sencillamente imposible sin su mano derecha, mi amiga y gran periodista Arancha Moreno, a la que -no por casualidad- quieren con locura todos los grandes artistas españoles.

En El Confidencial Digital construí una trinchera, y monté una columna que se hizo famosa a pesar de mí, y que salía en la madrugada de los jueves –a la 1:00-. Con ella me convertí en uno de esos columnistas al que todo el mundo elogia, excepto los directores de los periódicos. Fue el comienzo de un bonito romance con el extrañísimo género periodístico de la columna, que produzco a menudo satírica, del que todavía no he logrado deshacerme hoy, miles de artículos después.
En La Gaceta de los Negocios hice reportajes, después de convertir Popes80.com en la mayor fuente de exclusivas musicales de España –hazaña con la que los grandes medios me condecoraron con el robo constante de informaciones-, y de desentramar en El Confidencial Musical todos los secretos de la industria musical internacional que se suponía que debían mantenerse en secreto.

También en la revista Época firmé reportajes y páginas de opinión, entregado cada vez con más empeño al humor, como única forma de aproximarme al mundo que nos rodea y emitir un juicio sin llenar la página de exabruptos, escupitajos, y declaraciones de guerra.

En Alba firmé miles de letras gracias a mi amigo Gonzalo Altozano, a veces hacía reír, otras veces hacía llorar, pero casi siempre hablaba de las cosas que se esconden y ocurren en el patio trasero de la vida.

Después todo fue muy rápido. De la columna pasé a la tertulia, de lo satírico a televisión para hacer un programa de humor diario con mi compadre Javier Quero.

En el programa No me lo Quero Creer (que se emitía de lunes a viernes de 19:30 a 20:30) ocurrieron muchas de las cosas más extraordinarias, esotéricas, y divertidas que se han dado jamás en un plató, aunque muchas de ellas sucedieran detrás de la cámara.
Desde Alfonso Ussía hasta Loquillo, pasando por Pedro Ruiz, Vicky Larraz. Anthony Blake, o Millán Salcedo, todos los que visitaron el programa dijeron después que algo muy diferente había ocurrido en esa media hora de entrevista, en esa hora de No me lo Quero Creer. Y este es un mérito que me apunto con alegría, pese a que obviamente debería asumirlo mi amigo Quero y aquel maravilloso equipo de profesionales.

No fue el colofón, pero pudo haberlo sido, el especial que hicimos para acompañar a la audiencia en la Nochebuena de 2013.
Este huracán de actividad no me impidió multiplicarme para firmar decenas de páginas en La Gaceta, extensos análisis satíricos para Época, participar en interminables tertulias y animados debates, programas especiales, hacer humor por todas partes, y tomar cerca de un millón de copas con los mejores compañeros que he tenido nunca, la gran banda que se reunió en Inereconomía, en un momento y en un lugar de la historia, en la inolvidable redacción de Castellana 36. Todo lo anterior ocurrió aproximadamente en cinco minutos.

Había olvidado mencionar que a esta hora de mi vida ya había editado cinco libros más de los que necesita la Humanidad para salvarse de la quema: Haciendo amigos, Ganador perdido, Un ministro en mi nevera, Yo maté a un gurú de Internet, y Los Clones, un libro muy serio. Precisamente el Gurú se convirtió en un gran éxito en las librerías en la primavera de 2012 y su popularidad alcanzó la cima en Navidad y Reyes, haciendo muy feliz a su autor esta circunstancia.

En septiembre de 2013 dejé el grupo con el que había firmado años atrás en exclusiva, y comencé nueva vida profesional, regresando a mis libros, a mis letras, y mis cosas. Acepté varias ofertas que hasta entonces había rechazado, para firmar columnas en los más insospechados garajes, en los bajos de algunos edificios, y en alguna que otra espalda.

Asumí la dirección del fotoperiódico internacional The Objective en noviembre de 2013 y fue un año diferente, genial, y físicamente agotador.

Lo abandoné en septiembre de 2014 tras un montón de meses de trabajo extenuante, en una aventura extraordinaria e inédita, de referencia periodística en todo el mundo, y que –gracias al trabajo de toda una gran empresa- logró atraer a cerca de 50.000 lectores diarios en tiempo récord.

Hoy, ya en octubre de 2014, que renovamos esta web, abrimos la puerta a nuevas aventuras, al tiempo que regreso –como siempre- a mis columnas, a mis libros, y a mis papeles. Muy pronto habrá novedades y este será un año más –y van diez- el lugar oportuno para conocerlas.

En realidad, haciendo balance, no ha cambiado mucho la vida desde aquella sala de partos en La Coruña. Siguen intactas mis ganas de descansar, sólo equiparables a veces a mi deseo de que la gente esboce una sonrisa con mi trabajo, y se olvide durante unos instantes de este apestoso siglo que nos ha tocado transitar.
Con mis mejores deseos, gracias a todos los que siempre estáis al otro lado, porque de otra forma, no estaríais al otro lado.
Itxu Díaz, 9 de octubre de 2014.